En el lenguaje coloquial nos referimos al herrumbre como óxido, de tal manera que un fierro con apariencia de viejo, nos hace exclamar que está completamente oxidado. En cambio, en la Medicina cuando una sustancia se oxida es porque cedió electrones de su molécula, una parte esencial del metabolismo para que podamos vivir.
El oxígeno es conocido desde el siglo XVIII y Lavoisier, el muy famoso químico francés lo bautizó, sólo que de manera equivocada. Su nombre significa “formador de ácido” de manera literal y este científico pensaba que formaba ácidos y le impuso esa denominación, cuando en realidad es una molécula indispensable en la formación de energía, ya que mediante un proceso que se repite millones de veces en su cuerpo, amable lector, el oxígeno cede sus electrones es decir “se oxida”, para que otra sustancia gane esos electrones, es decir “que se reduzca”. Esto es lo que se conoce como reacciones de óxido-reducción o redox y es lo que permite producir toda la energía que usamos minuto a minuto para poder vivir.
Las reacciones ocurren en todas nuestras células pero dentro de su gran eficiencia, tienen un defecto enorme, pues se producen moléculas inestables derivadas del oxígeno, que al ceder sus electrones tienden a unirse a todo tipo de moléculas, por lo que pueden dañar al forro interno de las arterias, el muy conocido endotelio, favoreciendo el desarrollo de lesiones por colesterol de baja densidad que están flotando en la sangre. Por eso el colesterol de alta densidad, el llamado “colesterol protector” es tan útil, pero hay que aclarar que no es un antioxidante.
En otras palabras, la primera situación que provoca daño endotelial es la presencia de moléculas altamente oxidantes, que se producen por millones todos los minutos de nuestra vida en todo nuestro organismo.
Por eso son tan efectivos los antioxidantes, Tenemos algunos en nuestro sistema, llamados endógenos pues se producen en nuestro organismo y otros que necesitamos ingerirlos para que nos protejan, llamados exógenos. Los más comunes son las vitaminas, sobre todo la A, C y la E, algunos minerales, los polifenoles como el resveratrol que se derivan de la uva y alimentos rojos, los flavonoides que están en todos los cítricos, las catequinas derivadas del té y del café, los betacarotenos, precursores a su vez de la vitamina A y los sulforanos derivados de alimentos como el brócoli, coles de Bruselas y espárragos.
Hace muchos años que estamos buscando cuál es el mejor y no hay un antioxidante superior al otro, sino que es el balance de su ingesta lo que los hace útiles. Por ejemplo, a fines de los noventas, en el Centro Médico hicimos un estudio muy sofisticado con vitamina A en pacientes con ateroesclerosis conocida, para ver si les ayudábamos con 50 000 UI diarias por 3 meses. En principio, es una dosis convencional para pacientes con deficiencia de la vitamina, pero es un nivel que no se alcanza con la dieta normal, por lo que pierde valor ya que implica recibir mucho medicamento. Sin embargo, aunque usamos incluso microscopía electrónica para analizar lo tejidos de estos pacientes, obtenidos en cirugía, observamos mejoría en laboratorio pero no en cuanto a su evolución. La conclusión de este estudio es que lo mejor es darles la vitamina antes de que enfermen, como prevención primaria y para ello no hay como que la reciban con alimentos.
Por eso hace más de un año que he llevado de la mano a mis lectores a través de varias ediciones de esta columna, dedicadas a la dieta mediterránea, a los betacarotenos, al café y a diversos consejos de dieta saludable para enfermos cardiovasculares. Espero que la información vertida no les haya resultado tediosa, pero quería explicarles que es una realidad que nuestro organismo se oxida.
De esta información se desprende una conclusión sencilla: debemos comer frutas y verduras de diversos colores para evitar un infarto. Parece comercial pero es una realidad y espero haberlos convencido de cambiar su dieta y la de sus familias.
Hasta la próxima